miércoles, 11 de enero de 2012

No todas las aves pueden volar

El baile de las aves migratorias (Enric Calafell)
Desde hace algún tiempo hay una historia que no ronda mi cabeza, pero hoy déjame que te la cuente…
 

En primer lugar, me gustaría hacer un pequeño inciso. Según dice la Real Academia Española de la Lengua, la paramnesia (más conocida en francés, déjà vu) es una “alteración de la memoria por la que el sujeto cree recordar situaciones que no han ocurrido o modifica algunas circunstancias de aquellas que se han producido.” Estoy totalmente de acuerdo con esta definición, pero ¿cómo llamaríamos a ese extraño fenómeno que consiste en olvidar durante tanto tiempo, quizás durante tantos años, aquellas situaciones que realmente han ocurrido y que no recordamos hasta que un día sin más vienen a nuestra mente? Por un momento parecen ser historias de vidas ajenas que se esconden en cofres perdidos en lo más profundo del océano. En ocasiones son preciosos los tesoros que desvelan, sin embargo son otras en las que se tratan de anguilas eléctricas que se enredan al cuello hasta dejarnos sin aliento.

Pues bien, volviendo a la historia, resulta que el primer día de instituto de Olivier fue uno de estos casos extraños.

Cuesta afirmar con exactitud de qué año estamos hablando o dónde tuvo lugar, puesto que parece un recuerdo borroso que queda muy atrás en el tiempo, pero lo que si llego a evocar son los rayos de un suave sol septembrino que se dejaban ver entre los gritos y limoneros que protegían a un grupo de adolescentes de su timidez.

Resulta que para aquel entonces nuestro querido polluelo era un Agapornis común… -¡Vamos, desde luego que sabéis a lo que me refiero!,  o acaso no habéis oído hablar de estos periquitos “inseparables”.-  En fin, como su propio nombre indica, su misión en esta vida es alcanzar el amor (ágape), de ahí que una vez hayan encontrado su pareja no sean capaces de separarse (inseparables) ni ansiar otra cosa que perecer junto a ellas. Muchos cuentan, que incluso si uno de los dos fallece el otro restante también lo hace de la tristeza…

Pues bien, volviendo a aquel día de septiembre, ante los ojos de Olivier se presentaron dos grandes cielos azules por los que, extraña y misteriosamente, su alma por primera vez se habría convertido en ave migratoria una vez llegado el invierno. Pero como ya sabéis, no siempre están las aves preparadas para desplegar las alas tras un soplo de viento, como ocurre con esos gorriones que volvemos a lanzar a los tejados; o simplemente aquellas que ansían la libertad pero que han estado tanto tiempo encerradas que una vez libres no saben qué hacer, como le sucede a nuestro querido canario del que olvidamos accidentalmente la puerta abierta y encontramos escondido entre las macetas de nuestro patio. Y es que no todas las aves pueden volar.

Los avestruces, por ejemplo, parecen sentirse realizados por correr a tanta velocidad, como si el mismo Hades fuese tras ellos, como si el tiempo vital fuese demasiado corto para caminar sobre él, y resulta que lo único con lo que sueñan es con poder volar; las gallinas, se preocupan tanto por su negocio de huevos que ni siquiera llegan a tener tiempo para aprender a cantar; los colibrís, ¿esos diminutos y preciosos pajaritos que vemos revolotear entre la flores? no pueden dejar de mover las alas porque si lo hiciesen su corazón estallaría de la presión, creedme, parecen felices pero ni siquiera pueden llegar a asentar sus propias vidas. Los cisnes, son capaces de esperar en el lago luciendo su blanco y espeso plumaje durante toda una vida, hasta que un día se hacen viejos y se dan cuentan de que es lo único que han hecho en ella; las cigüeñas, nos engañan con leyendas sobre cómo traen bebes al mundo colgando de su largo pico dorado, pero migran con tanta frecuencia que, pese a conocer tantos lugares, ni siquiera tienen uno al que puedan llamar hogar; y los buitres, éstos son los peores, resulta que son tan salvajes que se alimentan de la carroña hasta que llega un día en el que alguien aún más salvaje los exhibe en su sala de estar.

Sin olvidar a nuestro joven Olivier, desde luego que se convirtió en ave migratoria, pero fue ya bien pasado el invierno; también fue colibrí, incluso oí que un día llegó a ser un precioso cisne. Realmente, hoy no sé qué habrá sido de este Agapornis común –exacto, esos periquitos “inseparables”-, pero desde luego debe estar tan asustado que quizás su mejor opción no sea otra que enjaularse para algún que otro día de valor jugar a esconderse entre las macetas de un remoto patio.

Y es que me pongo a pensar y, si fuésemos aves, difícil sería saber cuál es el momento para abrir las alas, o para estar lo suficientemente preparados como para volar con el viento en contra. Lo que sí es cierto es que algún día deberíamos dar ese paso, porque tenerlas para no usarlas sería humillar a aquellos que, desafortunadamente, nacieron sin ellas, como los avestruces.

Y sin más, y aunque la gran mayoría de vosotros no lo sepa, con esta historia mato dos pájaros de un tiro.

Alejandro Gómez Villanueva

4 comentarios:

  1. Juan Benítez Sánchez11 de enero de 2012, 22:39

    Hola Alejandro: cada día estoy más sorprendido contigo: No sólo seleccionas buena música y la interpretas extraordinariamente, sino que ahora veo que escribes de maravilla. No sabes cuánto me alegra ver a un joven expresarse de esa forma y colocando ¡tan bien! los signos ortográficos. Enhorabuena, sigue así y me tendrás como un admirador de tus escritos y de tu música. Acerca de la música te lo digo como un buen aficionad; sobre lo que has escrito, te lo digo como catedrático que sabes que soy de Lengua y Literatura. Igual te veo pronto publicando algunos escritos, lo haces muy bien, Sigue así. un abrazo

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  2. Justo ayer me sucedió eso, y pensé, parece que estuviera recordando la vida de otra persona, que eso no me pasó a mi, que solamente lo vi en alguna parte y lo hice mio...

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  3. jajajj te comenté ayer y me acabo de dar cuenta de que eres ale, ale, ale de la clase, ojú, qué empanadísima estoy xDD

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    1. Hola Mari! :) perdona que no te contestase, tenía ayer un examen y estuve liao estudiando. Soy Ale, Ale de la clase (curioso que aún nos conozcamos por "de la clase" cuando hace ya años de eso y han habido varias clases después hahaha).

      Pues si, este tipo de cosas pasan, realmente el cerebro es tan complejo. Me imagino que será un método de autodefensa que automáticamente se crea para olvidar cosas que ya no nos sirven de mucho. Y fíjate si es curioso que incluso cuando lo recordamos, por un pequeño instante, creemos que es algo que soñamos, leimos o quizás nos contaron pero que no nos ocurrió a nosotros mismos. Pero bueno, al final toma uno las riendas de su propia mente, y menos mal, porque si no ya si que nos volveríamos locos :)

      Un beso fuerte x x x

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